Previvir

Las perdidas son eclosiones del alma:
Ubicas tu esencia más pura dentro del duelo 
           y te cuestionas la existencia del mundo.
Y creemos que el tiempo cura el duelo.
Nos contentamos creyendo que el duelo es algo que ocurre y se va.
Su ocurrencia es intermitente.
No se va. Jamás se va.
Y tampoco es el tiempo el que se apiada de tu dolor;
nuestra memoria se adapta tan bien al olvido.

El recuerdo es tan mal amigo que 
haber perdido algo se convierte 
en la reminiscencia de un aliento evaporado.
Perder.
Perder es de esas palabras poco amadas -por mi- del idioma español. Fonéticamente no suena a nada; suena como a tomar agua tibia con galletas de soda. 
Y su significado es terriblemente negativo:  advierte que ya no hay nada. 
No hay vuelta atrás. 
Toma esto: te entrego este vacío. 
Te entrego a ti a esta nada.
Y duele.
Duele en el abdomen.
Tu esófago se cierra.
Tus pulmones se contraen.
Y recordar 
       oh, ¡recordar duele en el plexo solar!
Oscuridad.  
PERDER es oscuridad.
Un espacio y un punto aparte
porque para ti no hay final.

Yo perdí a mi gata recientemente.
Sí, a mi gata. 
Y pensarás que no es nada.
Pero es todo.
Perdí a Pimi. 
Y no voy a ahondar en las innumerables cualidades gatunas que tenía -que eran muchas- y que me hacen extrañarla profundamente desde mi coronilla hasta el dedo meñique del mundo.
Pero les puedo decir que su energía era tan sideral y espiritual para mí y para el fluir de mi hogar. 
Ahora, cada uno -incluido los otros dos gatos que nos quedan y que pasaron a ser un triste manifesto de su ausencia- nos hacemos en un rincón a observar el vacío y la propia tristeza que cobija a cada uno. 
Ese ser, de cabeza pequeña y cuerpo aterciopelado, nunca fue exactamente como una gata sino como a un ser zen que estaba allí enseñándome algo que paulatinamente voy comprendiendo. 
Un ser en cuyos ojos habitaba una galaxia eterna de sueños. 
Perder es duro. 
Especialmente cuando en tu cabeza moran todas las cosas que hicieron a tu corazón sonreír y  allí mismo, en un lugar contiguo, previven – sin existir- todas esas cosas maravillosas que nunca ocurrieron. 
Ese dolor de la perdida repentina es algo así como cuando escribes por horas en tu ordenador y luego te das cuenta que no habías presionado control s

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