::::Cronopio con olor a cerveza::::

Siempre a las tres de la tarde, con la resaca apuntando a la cabeza sus balas intermitentes, salgo de la habitación y el bar parece una casa de reticencias. No se escuchan los murmullos, ni las risas, ni las botellas suicidas de la noche anterior. El viejo lee el periódico mientras bebe café frío, siempre moviendo la cabeza, como dándole aprobación al tiempo o al diario, o a mí por haber despertado. Retira una parte del periódico para dejar su ojo derecho mirando mi rostro.

- Hay te deje café en la cocina, tómatelo y comienza a limpiar.
- Gracias viejo…
(Siempre quiero decir algo más pero nunca puedo)
Mirándome como si fuera un espanto del cual ya esta acostumbrado responde:
- Ya deja de beber tanto, los días no te rinden si sigues despertando a las tres de la tarde, llegará el día en que no te despiertes.

Ya comienzan los reproches cotidianos, comienza a regañar y aconsejar sobre la bebida y terminará hablando sobre mi madre.
-Viejo, que ya te he dicho, sino es la bebida es el insomnio, igual no duermo hasta que aparece el sol. Es lo que hay.
El primer sorbo de café entra como una gotita de acido, duele todo hasta las uñas, bebo más y busco unas galletas.

Me siento al lado del viejo, sé que en el fondo me tiene cariño. Y sé que le gusta comentar el diario con alguien.
(Sigo teniendo un recuerdo de la noche anterior que me sabe a ella)

- Apareció una victima más del corta orejas, la vaina esta jodida.
Me echo una carcajada; el viejo me observa serio, pero también sonríe
- Parece una historia sacada de la ficción, pero después de todo ¿para qué alguien querría tantas orejas? Le digo
- Nojoda, yo no sé loco, pero algo descubrió en las orejas que nosotros no vemos.
- Bueno viejo, estas cosas solo pasan en Colombia.

Suena el timbre y recuerdo que ella quedó en llegar a las cuatro, ¡joder! son las cuatro de la tarde, y aún no puedo recordar exactamente que sucedió ayer.
Que cara hombre, que ojos, parezco un encarcelado…bueno quizás a veces lo soy. En fin, a ella parece que le gustan los hombres con este físico de Mike Rourke.

Suena el timbre otra vez.
El viejo grita a lo lejos si es que voy a abrir o no. Yo digo “Voy”. Antes de acercarme a la puerta ya huelo su perfume, el dulzón final de ella esta en la puerta, a veces siento que apenas abra la puerta, una diosa de Ebano me regalara una sonrisa.

- Hola nena, ¿Qué hubo?
Ella y su sonrisa de siempre, la mirada perdida y de ensueño que sólo tiene cuando me habla.
- Hola, ¿Cómo estas?
- Bien, nena hay, dándole. Pasa, pasa.

Me dio un beso en la osa mayor de mis labios. Caminó.
Yo cerraba la puerta y cerraba los ojos aspirando su olor a diosa de Ebano, labios de miel, babas de amor.

Me espero en el zaguán del bar con su vestidito de princesa y sonriendo.

-¿Tienes Café? Preguntó
- Sí, nena, siéntate.

El viejo la miraba por encima del periódico y de los lentes, luego me miraba a mi.
Ojos instigadores, ojos que preguntaban cosas sin decirlas.

Faltaba una canción de Sinatra, One for my baby, and one more for the road…Yo pensaba en esto y tarareaba como tonta las incógnitas de este amor pueril y misterioso.

Mientras ella bebía café, moviendo su pie derecho yo arreglaba las sillas del bar y limpiaba todo. Sudaba como un perro, como lo que soy, el perro callejero que todos quieren y adoptan, el perro callejero al que acarician en las esquinas y olvidan a la vuelta.

Sinatra dejo de cantar en mi cabeza, y ella rompió el idilio de mi atardecer trabajador.

-Hmm, lo que paso ayer, no sé que decirte, estoy un poco confundida.

¡Joder! Todas las mujeres están confundidas menos mi madre.
Me senté a su lado y la miré profundamente, quería arrebátala y hacerle el amor tras la barra del bar.

- Nena tienes dos opciones, o es tu novio o soy yo. Te puedo ayudar un poco, aunque siempre mis lanzas apuntaran hacia mí.

Ella sonríe y saca un cigarrillo, siempre con esa mirada coqueta y perdida de que algo piensa pero nunca lo dice.

- ¿Quieres? Pregunto ofreciéndome un cigarrillo
- Claro nena, jamás negare mis pulmones a un cigarrillo sin filtro.

Ella sonríe otra vez, y cruza las piernas. Me mira muda.

Rompí el silencio y le dije que la podría ayudar a elegir, que yo soy un buen hombre, que conmigo se va a divertir más que con su novio, que soy un borracho, mujeriego y que podemos compartir cigarrillos siempre después del amor. Le dije que tenía unas tetas preciosas, y que conmigo, nunca nunca iba a estar sola.

Ella solo sonrió y se mordió los labios inferiores como si yo fuera algo irresistible.

Bebí un sorbo de café, estaba frío y amargo. Aún no logro recordar que hice ayer por la noche, pero tengo unas mordidas, pequeños dientes en mis brazos. Espero que sean tuyo nena.

Sonó su celular y me miró, esa canción de Beethoven que anuncia algo, creo que era su novio, sino no habría puesto esa cara de asustada y no habría dicho que estaba en el parque sola.
¿Por qué mientes nena?

Me sonrió y dijo que Eduardo su hombre lobo de dos metros con acento extraño, que por suerte esta lejos.

-Tengo que irme pronto- dijo
-Bueno nena, es lo que hay – le dije luego de un suspiro y acariciando su mano.

Ella me miro como si quisiera otra respuesta. Antes del beso de despedida me preguntó si podríamos vernos a la media noche. La media noche son nuestras horas exclusivas y clandestinas, pedazos de tiempo para los dos.
Le dije que claro nena y le di un beso en el cuello.
- Pero esta vez no quiero que sea como ayer. Dijo
Le prometí algo que no sabia, aun no recuerdo que paso ayer.


Diez de la noche, el bar esta concurrido. El viejo ha tomado de más como siempre aunque trata de disimularlo. Una mujer se acerca a la barra y me pide candela. Su voz, su cara y su cuerpo ¡que cuerpo! No se ajustan ni a la imagen ni al sonido.

-Claro nena
Le prendí su cigarro lucky strike

- Ah, hace mucho que no fumo uno de esos- le dije
Ella sonrió como mordiéndome los ojos, me ofreció un cigarro y se sentó frente a mí. Por allí alguien pide una cerveza, otro un whisky, mi viejo me mira como desaprobando mis flirteos con las clientas.

Le guiño el ojo y ella bebe su cerveza. Atiendo, fumo, suspiro, mi órgano cardiaco baila esperando el fulgor.

- ¿Cómo te llamas? Le pregunto mientras me seco la frente.
- Luisa, ¿Y tú, cantinero?- pregunta con picardía y coqueteo

“Llámame como quieras” quería contestarle, puedo ser tu fiera nena, o un pequeño perro mordiéndote la falda.

- Leo, nena. Es la primera vez que te veo por aquí- Aclaré

Ella me contó un poco de su vida.

LUISA
27 AÑOS
DISEÑADORA GRAFICA GRADUADA
¡QUE CUERPO! ¡QUE BOCA!

Esa noche después de una hora y un par de cervezas, vino y whisky Luisa me dijo que quería que yo fuera su Dalí, no le entendí si sería por mis bigotes o por mis ojos…porque de pintar muy poco.

- Claro nena, llámame como quieras.

Eran las 11 y media, la diosa de Ebano atravesaba la puerta con un par de amigos borrachos y su hombre lobo de dos metros. El destino siempre me jode las jugadas.

Mi pequeña diosa de Ebano sonríe, un abrazo y un beso clandestino en el cuello; mi nueva amiga fatal ¡que cuerpo! Me llama Dalí y voy hacia ella; mi diosa de Ebano se pone en ataque femenino porque una nueva mujer que no conoce me ha robado de ella.

Se sientan todos los amigos borrachos en una mesa, el viejo ya borracho dice que me encargue de cerrar el bar que el va a dormir ya.

La diosa de Ebano se sienta al lado de Luisa, pide una cerveza bien helada, luego pide candela, enciende un piel roja sin filtro y aprieta mi mano. Yo le sonrió, la verdad es que Luisa y ella juntas me ponen nervioso, una bomba de tiempo que puede estallar; el hombre lobo de dos metros mira cada 5 segundos hacia la barra. Él sabe algo.

La música enciende los cuerpos de todos, unos bailan, otros simplemente se emborrachaban, yo me siento solo como siempre, el perro vagabundo que todos quieren, enciendo un cigarrillo y me recuesto en la silla de la parte de atrás del bar. La diosa de Ebano entra a la habitación, parece borracha, y siempre que esta borracha es más decidida. Entra y me besa, su hombre lobo no se da cuenta, Luisa baila desaforada y esta muñeca me baja la cremallera.

- Vamos a terminar lo que comenzó ayer – me susurra al oído con un ligero mordisco en el lóbulo.

Yo no digo nada.
Mis venas hierven nena, en ese momento todo parece oscuro, la música se ralentiza,

- nena quiero beberte como si fueras miel, pero hay tanta gente.
- Shhh…

Ella sigue besándome, como si fuera a comerse mis labios, yo intento con una pierna cerrar la puerta del pequeño espacio.

Todo se enciende cuando deja ver sus tetas, parece un hada ¡que mujer!.
Cuando estoy excitado todo parece un cómic sensual en blanco y negro, la agarro por la cintura y decido como ella, olvidar que el mundo sigue afuera.

Estaba en el paraíso o en el infierno, le hago el amor como si el bar fuera a explotar, y ella parece estar inyectándome su nombre en mi corazón. De repente alguien me la arrebata, no entiendo que pasa escucho la música y los murmullos, los golpes y mi nena llorando, alguien ríe en el fondo. Me golpea, quiero decirle que al menos me de tiempo de subirme la cremallera, me dicen algo en un idioma extraño, el golpe, la diosa de Ebano arreglándose el vestido y llorando.
Oh, no quiero paliar, estaba en el cielo y ahora esto. Chao nena, siempre serás mi diosa de Ebano, no llores que te llevo inyectada. Golpe. Duermo

Todos se han ido, menos Luisa quien ríe en la barra mientras enciende un cigarro. Me duele el cuerpo, como pega ese hombre de dos metros. Intento arreglarme un poco la cara y la ropa, no quiero dar mala impresión a mi única aliada. Saco un cerveza del refrigerador y luisa me dice sonriendo y arrancándole la etiqueta de Águila a la botella, que soy un hombre tremendo. Yo le guiño el ojo, recuerdo las palabras sabias del Guasón.
- Nena, algunos hombres solo queremos ver el mundo arder. – le digo

Luisa sonríe y me acaricia el rostro.

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